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No todo divorcio debe ser el resultado de un proceso negativo del que no se saldrá ileso, pero los que trabajamos en materia de derecho de familia vemos con satisfacción cómo es posible sentirse bien después de un divorcio, si se tienen en cuenta determinadas pautas básicas y fundamentales a la hora de abordarlo.
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María Pérez Galván.
Abogada.
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No todo divorcio debe ser el resultado de un proceso negativo del que no se saldrá ileso, pero los que trabajamos en materia de derecho de familia vemos con satisfacción cómo es posible sentirse bien después de un divorcio, si se tienen en cuenta determinadas pautas básicas y fundamentales a la hora de abordarlo.
Tras todo divorcio hay un fracaso, si bien el divorcio puede ser la solución a una pesadilla, a una relación sin complicidad, sin amor, sin respeto, sin armonía, sin ilusión, sin compromiso, sin ilusión , sin proyecto común, etcétera. Eso lo estamos viendo en el hecho contrastado de que dos de cada tres matrimonios que se celebran en España en la actualidad se divorcian.
Leíamos hace unos días en prensa que nuestro país es el segundo más tolerante con el divorcio, colocándonos por delante de los países del Norte de Europa considerados tradicionalmente como más liberales, y es que desde que en 1981 se aprobara la Ley de Divorcio, se ve como una fórmula cada vez más aceptada socialmente, quedando afortunadamente ya lejos descalificativos tan fuertes como “malcasada”, “desapartado”, fracasado en definitiva, contrastándose estadísticamente que un 80% de los españoles creen que cuando una pareja no es capaz de solucionar sus problemas conyugales, el divorcio es la mejor solución. En ocasiones son los propios hijos adolescentes los que animan a sus progenitores a dar el paso cuando viven el proceso de deterioro en la relación y lo insostenible de la convivencia.
Son muchos todavía los clientes que acuden a nuestros despachos con dudas y falta de decisión, pensando que es mejor aguantar en el matrimonio por los hijos, a pesar de que la relación de pareja esté deteriorada y se respire un mal ambiente familiar con discusiones constantes o graves silencios -no se sabe qué es peor-, desconfianzas mutuas y falta de respeto o desidia total. Cada cónyuge hace su vida y busca su válvula de escape y la relación se deteriora irremediablemente cada vez más, sin que hayan sido capaces de abordar a tiempo el problema entre ellos, con un profesional que los oriente o con esa persona con la que no se tiene pudor en mostrarse como uno es, y exponerle sus sentimientos.
A esos clientes tenemos que dedicarles más tiempo y atención, porque no vienen con la encomienda en firme y necesitan, en la intimidad de la consulta, abrir su corazón y mostrar sus dudas y pesares, para llegar a la conclusión de que no tienen con su pareja una relación sólida y gratificante, basada en la confianza, cariño, amor y respeto mutuos, de amistad sólida y generosa, que coincide en valores y gustos y, en definitiva, que confluye en la orientación de vida. Cuando reflexiona y madura sobre la calidad de su relación es cuando el cliente ve con perspectiva la realidad de su situación, y cuando está en disposición de alcanzar con diálogo y consenso un buen divorcio.
Ya lo dice el magistrado de Familia de Málaga José Luis Utrera, en el libro que acaba de publicar titulado Guía básica para un buen divorcio, los divorcios no son malos, hay malos divorcios, obra que recomiendo por amena y muy útil, insistiendo el autor, y desde aquí se lo agradezco públicamente, en que hay que saber elegir a un buen abogado especializado en divorcios y con capacidad para alcanzar un buen acuerdo.
El buen abogado especializado en derecho de familia es una pieza fundamental para alcanzar un buen divorcio, es el interlocutor ante la otra parte y finalmente ante el juez, que no tiene capacidad ni medios para resolver problemas personales, debiendo éste, si no hay acuerdo, en base a una serie de pruebas, dictar una sentencia que en la mayoría de las ocasiones no contenta a ninguna de las partes, consolidándose el enfado, las emociones negativas, el dolor, y los deseos de venganza más allá del divorcio, lo que impide experimentar que existe otra vida tras el divorcio en la que se llega a sentir mejor. Tendrá capacidad para perdonar y reconocer errores, reduciendo en definitiva la experiencia de emociones negativas que tanto daño hacen y se proyectan también en los hijos y en el resto de la familia.
El buen abogado de familia reduce el coste emocional del proceso de divorcio, fomenta el buen acuerdo, ese que proporciona el bienestar psicológico de progenitores e hijos de familias divorciadas, favorece la comunicación necesaria cuando existen hijos comunes, alienta la cooperación y la corresponsabilidad… En definitiva, disminuye el coste temporal, económico y afectivo.
Siguiendo la cita de Balzac, los padres para ser felices, tienen que dar, la verdadera madre nunca está libre y un buen padre tiene algo de madre. Esa generosidad natural debemos potenciarla para alcanzar acuerdos razonables y evitar judicializar a las familias, porque judicializar a la familia perjudica a la justicia y a la familia, esa familia que sigue existiendo tras el divorcio.