La cuestión es que una niña de cinco años, que solo está bajo la influencia materna, cambia bruscamente de actitud frente al padre negándose a relacionarse con él y la madre se escuda en que ya no sabe que más hacer y que es la niña quien no quiere ver a su padre. Esta actitud debe ser reconducida por la madre mediante otros recursos a fin de vencer las resistencias de la hija, dado que solo puede ser debida a una influencia negativa de la madre que debe modificar su visión y reconocimiento del padre, máxime cuando las visitas son supervisadas, se desarrollan en un entorno seguro y no ha puesto de manifiesto ninguna incidencia en su desarrollo inicial. No es de recibo que la madre deje a la voluntad de una niña de tan corta edad la toma de decisiones sobre su relación con el padre, estando obligada a fomentar de forma positiva la figura paterna, porque tampoco sería admisible que la niña no fuera al colegio o que la niña no comiera, porque no quiere.