Implican un gasto extraordinario y los progenitores deben ponerse de acuerdo
El aprendizaje de una lengua extranjera, especialmente el inglés, constituye una prioridad absoluta en la formación de cualquier hijo ya que permite que se desenvuelva más fácilmente en el mundo actual y además amplía sus posibilidades ulteriores de acceso al mercado laboral. Salvo que el menor asista a un colegio bilingüe, es frecuente que una vez finalizada la jornada escolar tenga que acudir a un centro privado para perfeccionar el idioma.
Pero hay padres que quieren que los hijos aprendan un tercer idioma. El chino está de moda y está desplazando al francés y al alemán. Algunos padres creen que será imprescindible dominar los tres idiomas más hablados en el mundo (chino, español e ingles).
Existe un método de aprendizaje ideado por el japonés Toru Kumon que es una alternativa en la educación actual, donde el objetivo es lograr el máximo desarrollo intelectual del alumno. Y claro muchos padres piensan, si este método es tan bueno, que el niño practique Kumon.
Pero al niño le gusta el deporte y quiere practicar fútbol, básquet, paddel, tenis, golf, vela o patinaje.
También están los padres que ven imprescindible que sus hijos acudan al conservatorio para aprender música y a tocar un instrumento. Si el niño tiene buena voz hay que llevarlo a clase de canto.
Y porque no lo llevamos a clase de ballet, sevillanas, gimnasia artística, ajedrez, teatro, pintura, cerámica, costura, fotografía, equitación, artes marciales… o a los cursos de Master Chef.
Es más, esas actividades extraescolares ya están anticuadas, al niño hay que llevarlo a Robótica educativa, circo, graffiti, debate y oratoria, Mindfulness para niños, Slackline, Huertos urbanos…
Podría escribirse un libro en relación a los beneficios que reportan a los hijos las actividades extraescolares: permiten conocer ambientes diferentes; favorecen la socialización; crean vínculos con otros niños que no son los de su colegio; trabajan las reglas del juego, la tolerancia y el respeto hacia los demás; ayudan a lograr una mayor destreza oral, visual y manual, estimulando su creatividad e imaginación; mejoran su resistencia, coordinación motriz, fuerza, agilidad, elasticidad y reflejos…
Pero también hay que tener en cuenta que la sobrecarga de actividades extraescolares tiene sus riesgos y los psicólogos alertan del elevado nivel de estrés en niños. El mismo estrés que sufren los adultos agobiados con horarios laborales imposibles y obligaciones diarias. El estrés pasa factura en forma de dolores de cabeza, alteraciones del sueño, cambios de humor, agotamiento físico y mental, dificultad para concentrarse y, finalmente, ansiedad.
Además, las actividades extraescolares no se imparten siempre a la vuelta de la esquina, por lo que al tiempo que dura la actividad hay que sumar el tiempo que se invierte en los desplazamientos de ida y vuelta.
Los niños y niñas, son eso, menores que necesitan entre otras cosas, jugar. El art. 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño reconoce el derecho del niño al descanso y el esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad.
No se puede llenar todo el tiempo libre con actividades extraescolares. Tiene que haber un límite por mucho que los padres quieran que sus hijos sean los mejores preparados en todo.
Cuando los padres conviven juntos no suelen presentarse discrepancias en las actividades extraescolares. Sin embargo, cuando no conviven juntos, las actividades extraescolares constituyen una eterna fuente de conflictos. Primero, porque la actividad extraescolar tiene un coste económico y se convierte en un gasto se convierte en un gasto extraordinario que a veces no puede ser asumido por uno de los progenitores. En segundo lugar, porque la actividad extraescolar interfiere a veces con el régimen de visitas, y el progenitor simplemente se convierte en un taxista con hora de espera hasta que el niño termina la clase. En tercer lugar, porque no se ponen de acuerdo respecto a la actividad extraescolar a la que debe acudir el menor y si esta es necesaria para su formación.
La Audiencia Provincial de Valencia, ha tenido que resolver un conflicto entre dos progenitores, los dos músicos profesionales, porque uno quería que los hijos, que están en régimen de custodia compartida, aprendiesen un segundo instrumento musical, a lo que el otro se oponía. El problema es que los dos hijos, ambos de 8 años de edad, estudiaban tercero de primaria con un horario de 9 a 17 horas, además practicaban violín los sábados y asistían a clase de orquesta los jueves por la tarde de 20 a 21 horas. También practicaban natación y asistían a clases extraescolares de ingles. Por otro lado, la asistencia al Conservatorio de música que proponía un progenitor implicaba que los menores deberían de recorrer 60 km solo de ida dos tardes en semana. Tanto el Juzgado como la Audiencia Provincial entendieron que “no parecía lo más adecuado, ni desde el punto de vista pedagógico, ni musical, cargarles de tantas materias y trabajo añadido al propio de su enseñanza obligatoria y sus clases extraordinarias”.
No estaremos privando a los menores de su derecho a ser niños.
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